Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos, concordar las palabras con la mente. (Séneca)

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viernes, 16 de mayo de 2014

Maldito feeling

He puesto un argentino en mi vida. Bueno, quien dice en mi vida, dice un ratito aquí y otro allá. Una cena, unas copitas, un teatro. Cuando hablo de estas cosas con mi madre (poco y sólo cuando me acorrala con su preocupación maternal), ella se imagina un novio formal, una mudanza a tierras lejanas y muchos llantos en el aeropuerto. Las cosas no son así ahora, la digo, pero ella es una romántica de la vieja escuela...
Me siento un poco en la obligación de describir a este hombre, que las historias hay que ponerlas en contexto. Alto, muy alto, ojos claros y esa barba que a mí tanto me gusta, porque sí, las barbas son muy sexies, eso es un hecho. Un tío atractivo y varonil, resumiendo. Inteligente, un cerebrito de ciencias, con su ordenador, su hardware y su software. ¡Hay tíos guapos en el mundo científico! Por si alguien lo dudaba. ¿Qué más? Ah, sí, culto. Puedes hablar casi de cualquier cosa con él. Encima te escucha y todo, lo he comprobado. Caballeroso hasta el extremo. Que casi se quita el abrigo y me lo pone, aún a riesgo de hipotermia. No, por Dios, no cojas una pulmonía por mí, faltaría más. Pensaba que eso sólo pasaba en las pelis de Matthew McConaughey, pero no. Casi lloro de la emoción.

Y ahora es cuando viene el pero. Se intuye cuándo viene el pero, sueltas todo lo bonito para que la dura realidad después no sea tan asquerosamente dura. Preparar el paraguas antes de que llueva, dice él. Pues voy a echar mano de ese topicazo que dice "no eres tú, soy yo", porque es la pura verdad. Sí, lo juro, no es él, él es un tío encantador. Y eso que yo soy dura de cojones, con perdón. Que para que alguien me guste (y me conquiste), debe no sólo cumplir mis expectativas, sino tener además una capacidad de insistencia sobrenatural. Me gusta que me cortejen. Me encanta que me cortejen, lo reconozco. Y él lo ha hecho francamente bien, la verdad. 

Pero me falta algo. Esa chispa al mirarle a los ojos. El nudo en el estómago antes de vernos. La sonrisa de idiota al leer sus mensajes. Pensarle por la mañana, y por la tarde, y por la noche. Ganas de verle a todas horas. Falta la magia, dirá alguno.

En efecto, me falta la magia. El otro día, hablándolo con una amiga en una de esas conversaciones tipo cotilleo/terapia, ella me decía que la chispa puede surgir después, que hay que dar tiempo. No estoy muy de acuerdo. Creo que la auténtica chispa se tiene o no se tiene. Además, está la distancia del idioma. No es que hablemos dos idiomas distintos, pero a veces siento que casi casi. Y para colmo, no me gusta el acento argentino, lo reconozco. Una de las muchas manías que tengo. 

Para mí, la magia tiene mucho que ver con comunicarse. Verbal y no verbalmente. No es sólo lo que dices, sino cómo: tus palabras, tus gestos, la forma en la que miras, tu sonrisa... Todo ello transmite tu mensaje y refleja cómo eres. Y a veces le llega a la otra persona hasta lo más profundo, y a veces no. Los chistes de este chico no los entiendo, no sé si por su humor argentino, porque no tiene gracia, o simplemente porque soy medio lerda, quién sabe. No me provoca con su ingenio, ni se me graban sus palabras. No tiene una respuesta pícara y vacilona para todo, ni hace que yo quiera devolvérsela. No me pasaría horas viéndole hablar. No hay magia, y eso es algo que no puedo arreglar.

Quien haya leído alguna historia más de este blog, quizá haya recordado al Señor X, y se haya preguntado qué fue de ese hombre y si ya me olvidé de él. Aquel hombre que me abrió los ojos, con quien compartí un pincho de tortilla y quien me hizo descubrir que lo que importa no es cuándo, sino con quién. En definitiva, la persona a la que dediqué en gran medida esa historia número 50.

El Señor X y yo seguimos en contacto. Nos volvimos a ver hace unos meses y es el culpable de que yo sepa lo que es la magia. Con él no utilizo esa palabra, que la verdad es que suena cursi que te cagas, y de cursis no tenemos nada ninguno de los dos, menos aún cuando estamos juntos. Con él tengo muchísimo feeling. El feeling es esa chispa al mirarle a los ojos. El nudo en el estómago antes de vernos. La sonrisa de idiota al leer sus mensajes. Es pensarle por la mañana, y por la tarde, y por la noche. Son ganas de verle a todas horas. Es pillar sus chistes, provocarme con su ingenio, y despertar el mío. Es pasarme horas viéndole hablar, porque cuando habla, revive lo que hizo y me lo hace vivir a mí. Es vida. De todo eso me di cuenta al minuto de conocernos. Y es algo que no puedo evitar.

Por eso sé que con el otro chico no tengo feeling. ¿Y qué hago quedando con él? ¿Y dónde está el Señor X? El Señor X está lejos, y allí tiene su vida hecha. Hace unos años hubiera sido tan romántica (ilusa) como para creer en una vida juntos comiendo perdices, pero ya no soy así y hay cosas que tengo que asumir. El otro chico está aquí y una no es de piedra, seamos sinceras. La que vaya por ahí rechazando quedar con tíos guapos y atentos,  que se lo haga mirar.

Pero una cosa no quita la otra. Sé que no hay magia con él. Porque el maldito feeling duele cuando no se tiene, y aún más cuando no se tiene con uno pero se tiene (y mucho) con otro. Pitágoras dijo una vez aquello de ante todo, respétate a ti mismo, que para mí tiene que ver con ser sincera hacia mi persona. No me voy a engañar pensando que la magia está ahí cuando no está. Supongo que si es magia de verdad, sólo aparecerá con personas especiales, y ésas son pocas. Yo soy una afortunada, la verdad; la encontré y ahora sé reconocerla. Y si vuelve a aparecer, que me pille buscando.






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